PENSAMIENTOS PROFUNDOS

Mi poesía no busca belleza
Ni busca razón.
Sólo vuestra sugerencia...
Y moveros en alguna pasión.

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QUÉ PRISA LLEVA EL ALMA HUMANA POR MORIR

Velocidad vertiginosa cayendo sobre nosotros
librándonos de la paz, del sosiego placentero
Y del silencio acompasado de los días.

Pero ¡Qué deprisa va sucediendo el milagro!
Sí, el de alejarnos y huir.
Desplegada amnesia atrofiando
Nuestro ser.
Pero ¿Qué somos?

Inmundas cadenas sometidas,
Descarriadas;
Doblegadas ante la autoridad del regidor,
-Reverso de la justicia, moralista de la sinrazón-
Discretos balidos apenas audibles,
Sonidos metálicos que nuestro aliento esboza,
Distorsionados;
Miradas, que sin visión circundan
El corazón cabizbajo.

¡Yo no quiero contagiarme!
Y lo grito.
Echando un pulso a la imaginación
Evado mi alma amada,
De ese reguero oxidado,
Que allá en su herrumbre se alberga.
Y lo quebranto.

Pero ¡Qué prisa lleva el alma humana
Viviendo, para lentamente, morir!

(De un alma viva)




CARTA DIRIGIDA A LORD A.D.

¿Es mi alma la que peca?
¿O es el día que no amanece?
Tenebrosa es la sombra del abismo
Que mi cuerpo desprende.


¿Es el amor
La cara oculta de tu odio
El que se enreda entre mis huesos
Escupiendo con veneno
Eso que los demás llaman -besos-?

De Profundis, mi pedestal
Es el mástil de tu horca.
Mi cárcel, oscuro habitáculo
Enmarañado de dolor
-O belleza del amor-
Que rodea mi sino,
Pule la órbita de tu felicidad.

Necio quedaría escaso
A tu persona;
Así como honorífico
Mi renombre ascenderá.

No consienta este Dios
Que ahora contemplo
Que tu imagen resida
En la memoria del mal.
Tú, flor de Lis que yo amé,
Cuyo aroma asfixiante
Inyectaste en mi cuerpo,
De Produndis, de tu burda bacanal.

(De una profunda admiradora).







JANE AUSTEN

El sonido de los pájaros
Anuncia que alguien te está observando;
Ese sol, que por amor se desvela
Y que con fingidas posturas
Usa de sus manos que son rayos
Para crear con caricias
Ese entorno, ese clima.

Dulces manos que
Bañan de tinta las hojas
Que el lector con ansia
Va lentamente devorando.

Jane, querida Jane
Contigo los meses son horas
Y las horas, secuencias de regocijos;
Así, la fatiga se oculta tras tu aurora.

Ya, ya escucho tu baile
Ya se entierran las sombras
Ya el sensual beso excede
La breve libido del mortal.

Jane, querida Jane
Gracias por salpicarnos
Con honrada agua fresca
Que emana de tu retórica alberca,
Aromatizando nuestra porosa piel
Saboreando cada renglón
De tu voz de Atenea.








ELEGÍA A FRANCISCO TORTOSA PARRILLA

(24 DE ABRIL-1933 16 DE NOVIEMBRE 2010)









No soy Manrique de España,
No aquél Solón de Atenas
Ni de Verona Catulo.
Tan sólo tu hija soy,
-Ojos de aceitunas negras-
Así me lo susurrabas tú,
Provocando en mi niñez sonrojo.

Cinco frondosas ramas
De mi madre y de tu leño
Ramas que ya espigadas,
Ni el viento erosivo
Ni el aguacero más vivo
Han podido desprender
¡Padre mío de tu lado!

Almeria te trajo al mundo
Envuelto en paño de abriles ;
Madrid te vería partir
Gimiendo, llorando y
Noviembre con su mano
Se llevó, tu espíritu
Y tu alma, más allá del altozano.

Ahora, un sol amargo
Pretende emular el día;
Sol que con desmán irradia
Afilados rayos
Que atraviesan mi esperanza.

La paz de la noche se embiste
En humilde hueco para el sollozo;
Tifón fustigado, por mi afligida pena.

Todo queda en penumbra;
De los colores,
Su matiz no percibo.
Caterva de sordos zumbidos
Representan mi único sonido,
Que en espiral agasajan
La profundidad de mis oídos.

Tu estela intento seguir,
Mas tu brazo detiene mi paso
Y la súplica de tu mirada
Me anuncia el deseo
De no quererme más a tu lado.

¡Pienso que no es verdad!
Tropiezo en mis pesadillas
Que con furia me acorralan;
Atonía latente que emana
Tu cuerpo, ya iracundo,
Ya inerte.

Gratos recuerdos
Se desplazan por mi memoria,
Que inmortalizo en tu espejo.
Donde yo me miro, pero a ti te veo.

Así, sonantes pareados
Con orgullo recitabas,
En esas navidades blancas.

¡Y que ya jamás serán blancas!
Porque de duelo se visten:
Del Belén, sus figuras;
Del árbol verdoso,
Su busto, su tórax, su torso
Cuyas cintas a media asta oscilan.

Cántico vibrante, tu voz
adornaba nuestro párvulo silencio,
Y ahí, sentada yo en tu regazo
Atendía con asombro
Tu entonar melodioso.

Quiero llorar con palabras
Quiero escribir un TE QUIERO
Quiero traspasar tu senda
¡Déjame, subir a los cielos!

El consuelo no se muestra,
Tu añoranza me desvela;
Escucho tu risa, percibo tu aroma,
y yo te suplico:
¡¡Déjame padre, subir a los cielos!!

¡Que el viento me eleve
Que el agua me empuje
Pues ataviada de flaqueza, ya quedo!

¡Que mi cuerpo
Se disuelva en barro;
Porque ya de las ramas,
tu tronco se ha desmembrado!

Soplaré fuerte, muy fuerte
Para que el sabor de estos versos
Fluyan, y con diligencia
Tu edén rebase.

¡Y no permitas, padre!
Que el acorde de tus latidos
De mi memoria se quebrante.
¡Que no cesen, que no!

¡Oriundo de la vida,
Huésped receloso del óbito!
Quede contigo esta elegía,
Recordando tu sempiterno ser
Y quede contigo, este llanto mío.